Sobre las relaciones auténticas
Me gusta cuando me dejo sorprender. Reconozco que lo hago poco, todo depende de las circunstancias, de mi estado de ánimo, o la cantidad de trabajo que tenga y, por ende, de la energía extra que me quede al final del día.
Pero cuando me he permitido soltar la ilusión del control y lanzarme a una nueva experiencia, usualmente me llevo una sorpresa interesante y entonces me agradezco por haber tenido la apertura, por haber elegido probar.
Esta semana así pasó. Sentí las ganas, me escuché, decidí hacerme caso, y confirmé mi asistencia al taller de Authentic Relating que una pareja de amigos ofrece semanalmente.
Hace tiempo había visto anunciado que iban a ofrecer talleres virtuales cada jueves, y justamente, la mañana de ese jueves encontré en mi feed de Instagram una conversación con el estadounidense fundador de la escuela de Authentic Relating de Colorado, un hombre ecuánime, de hablar pausado y escasas sonrisas que me cautivó, no por su simpatía, sino por la transparencia y honestidad de cada una de sus intervenciones.
La conversación de Instagram se acabó y yo seguía intrigada, con muchas preguntas sobre nuestra capacidad de ser vulnerables, sobre los bloqueos en la comunicación en general, sobre nuestras carencias emocionales y los mecanismos que usamos para desensibilizarlas.
Inmediatamente me vino a la mente el anuncio del taller de mis amigos, les escribí y reservé mi lugar. Entonces era la una de la tarde.
Alrededor de las seis ya estaba cansada de la jornada laboral, con ganas de cerrar la computadora, ponerme pijama y desconectar hasta el día siguiente, además ya tenía hambre, por unos minutos breves me dieron ganas de cancelar… Pero es diciembre.
Tengo un mes de estar sola en casa sin la compañía de mi esposo, que está de gira en México, y sentí la urgencia de conectar con adultos que no me hablaran de trabajo, simplemente tener una conversación sobre algo interesante.
Así es que, para mi propia sorpresa, y seguramente empujada por esas cuatro semanas de soledad acumulada y el contagioso entusiasmo de esta época, mantuve mi intención y en lugar de ponerme la pijama y ver la décima película navideña del mes, a las siete de la noche me conecté al link de Zoom.
Ahí estaban conectados, la pareja de amigos que facilitaría el taller, y una chica que probablemente había sentido la misma curiosidad que yo.
Authentic Relating - Lo que supuse que sería una discusión similar a la conversación que había escuchado por la mañana, fue un incómodo intercambio de impresiones, sensaciones, emociones, silencios y asimilaciones, entre los cuatro presentes, que tardó hora y media.
Es incómodo salirse de la bulliciosa mente para consultar las sensaciones del cuerpo. Es muy incómodo practicar una presencia absoluta para escuchar al otro y, aún más difícil mostrarnos tal como somos en un momento determinado, sin que las palabras pasen por el filtro del juicio propio, la censura. Sin embargo, es un ejercicio liberador.
En una cortísima pero muy profunda interacción de cuatro minutos, me permití compartir una experiencia dolorosa que he tenido en mis últimos dos cumpleaños.
Siendo muy vulnerable, conté cómo durante dos años consecutivos mi deseo ha sido poder celebrar con mis amigas más cercanas en una mesa larga, que se conozcan mis mejores amigas de la universidad, con las del colegio, y con las excompañeras de trabajo, que podamos reírnos juntas mientras tomamos un delicioso vino tinto en un restaurante lindo y acogedor de San José.
Pero cada año mis amigas están ocupadas, cumplo el 30 de noviembre y para entonces inician las actividades de la época navideña, ya mis amigas han agendado compromisos con familiares, están con mucho trabajo por el cierre del año, o tienen hijos pequeños que atender por la noche.
Así las cosas, llegó mi cumpleaños número cuarenta y tres, mi esposo estaba (por segundo año consecutivo) de tour en Monterrey, mi papá estaba en Florida y mi mamá vive en Nicaragua, mis amigas estaban ocupadas, y los únicos auténticamente involucrados y dispuestos a celebrar mi cumpleaños con una fiesta esa misma noche eran mi hermano y mi abuelito paterno de setenta y ocho años, les agradecí de corazón el entusiasmo.
En un intento por cambiar la narrativa derrotista de mi cumpleaños, esa noche decidí ir a la clase de Yoga que todos los miércoles imparte mi maestro favorito. Solamente recibimos la clase otra compañera y yo pero esa historia, cargada de gratitud, se merece que la cuente completa otro día porque tiene un brillo propio.
Pero volviendo a la noche del jueves pasado en el taller, en dos minutos cronometrados (en serio los estaban cronometrando) conté como me afectaba el hecho de no sentirme una prioridad para mis amigas.
Al tercer minuto con 30 segundos, pasé de la frustración a las lágrimas, al darme cuenta de que la dolencia no tenía que ver con lo que hicieran o no mis amigas, sino que venía de heridas de mi niña interior, que todavía quiere ser vista, escuchada, y abrazada, sobre todo. Pero solamente fui capaz de llegar a esa poderosa conclusión porque otro ser humano, con sus propias dolencias, se sentó a escucharme en silencio durante cuatro minutos.
Al cuarto minuto, recibí un reflejo de las palabras que habían salido de mi boca, pude re escucharme, discernir. La frustración, que primero se había transformado en enojo y luego en llanto, finalmente se disolvió serena.
Muchas otras cosas maravillosas sucedieron en esa hora y media que compartí con ellos tres, y creo firmemente que la magia se dio porque cada uno estuvo dispuesto a estar presente. Cada uno dejó las máscaras por un ratito para conectar, para ser vistos y escuchados, para ver y escuchar a los otros.
Me despedí del taller sintiéndome liviana y optimista, reflexionando mucho sobre estos últimos dos años, en la manera en que me he mostrado con mis amigas, lo poco que he participado en sus vidas, en sus logros y dificultades, y en la falta que nos hace dejar las máscaras a un lado para cultivar amistades reales, relaciones del tipo que se vuelven primordiales porque nos permiten ser queridas por quienes somos.
Definitivamente voy a inscribirme en el siguiente taller, es hasta enero, pero tengo mucha curiosidad por descubrir los velos que pueda seguir levantando. ¿Ustedes recuerdan cuándo fue la última vez que se dejaron sorprender?
Si sienten curiosidad, pueden conocer más sobre la práctica Authentic Relating aquí.